Prólogo de Pablo d'Ors

Cuando el niño aprende a caminar y se cae incontables veces, nunca atina a decir: «Quizá, esto no sea para mí».

En la vida se consigue mejor aquello que se corresponde con la entrega y la donación amorosa que asume quien se muestra como realmente Es. Y, ¿quiénes mejor que los niños para encarnar el Ser con toda su plenitud con independencia del hacer o quehacer que ejerzan o se les asigne?

El ingente esfuerzo por hacer y seguir haciendo lleva al vértigo, propio del adulto que sustituye ser por hacer. Sin embargo, la entrega incondicional prioriza el Ser desde el éxtasis vocacional de saberse en la senda de lo que está llamado. Y todos, con independencia de la edad que tengamos, estamos invitados a mantener las virtudes que nos son propias e intrínsecas por haber cursado esa primera escuela de vida llamada infancia.

El niño juega viviendo el presente sin pensar en el día anterior ni en los días siguientes y sabe que su familia (prójimo) está siempre presente.